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Vivimos en una ciudad de hijos huérfanos, no basta con tener un hijo para ser padre o madre, la cosa es sencilla, se puede ser huérfano, aunque los padres estén vivos. Lo anterior es el “plato del día” en la colectividad trujillana:
La violencia juvenil parece no importarle a nadie, el consumo alarmante de drogas y alcohol es un problema de salud pública, la adicción a al comida chatarra es la moda, la televisión basura es para ponerse el pañuelo en la nariz, los problemas de conducta en adolescentes tienen “loco” a más de un maestro de la escuela. La tragedia juvenil (muertes violentas de muchachos en motocicletas está matando la juventud trujillana).
Vivimos en una sociedad de “hijos huérfanos”, una sociedad en la que adolescentes y jóvenes carecen de guía de referencias ejemplares que le sirvan para saber cuál es el camino a seguir, los jóvenes trujillanos se encuentran ante un vacío de valores humanos y de sentido para sus vidas.
Se dice que los jóvenes son el futuro, pero nadie se dedica a investigar en qué estado mental, emocional, espiritual se encuentran esos jóvenes.
Se soltaron los locos.
Hoy nadie escapa al mundo de ofender y sentirse ofendido, la ofensa tiene su origen en nuestro ego, nuestro orgullo herido, es una de las creaciones humanas más aberrantes. La ofensa es un medio para el control social y para logra poder, para manipular, atropellar y vejar adversarios. Se eleva a unos y se aplasta a otros. Este es el precio que pagamos por el al ejercicio que hacemos del poder político, no es inteligente ofender, allí hay mucha mediocridad y falta de capacidad para defender principios y lo que consideramos nuestra verdad.
Debemos preguntarnos hasta donde se justifica la ofensa para defender lo que creemos es nuestra verdad. Hasta donde nos lleva la razón de la que tanto presumimos a construir en nuestro ser: mayor serenidad, mayor amor por nosotros mismos y por los demás, vivir en paz, o lo contrario; sobrevivir en el resentimiento, agresividad, odio.
Si queremos tener mayor calidad de vida debemos librarnos del veneno de la ofensa, buscando el camino del perdón y reconciliación. El resultado será paz interior y paz con los demás: tranquilidad, armonía y buen vivir.
Fuente: DiarioElTiempo/2008/AlfredoMatheus
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