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Más viejo que la costumbre de pedir fiado, es el vicio de comer chimó entre los pueblos venezolanos. Grandes masticadores de chimó fueron nuestros humildes indígenas. Para los aborígenes un poquito de chimó era como aislarse del mundo de los vivos, olvidar por unos momentos el hambre que no perdona y entrar en contacto con Dios amoroso y bueno que es el único que entiende las debilidades y angustias de los hombres.
Para los campesinos trujillanos, es preferible que falte el desayuno, pero no el chimó. Existe la creencia de que el chimó quita el cansancio, se puede trabajar de sol sin sentir el mínimo agotamiento físico. Se dice que evita las gripes, mientras las culebras y demás animales venenosos salen volando como <<corcho>> de limonada al sentir ligeramente su aroma.
Y nació el vicio negro.
Para el investigador y poeta trujillano Pedro Ruiz, a una paila de hierro se le incorpora tallos, hojas y raíces de la planta del tabaco, luego de hervir por horas se le incorpora salitre o sal de urao.
Vicios de pobres y ricos.
A principio de siglo el uso del chimó, estaba extendido por todo el país. Los ricos lo llevaban en lujosos envases elaborados con cachos y ganado que denominaban <<cajetas>>, muchas de estas con incrustaciones de oro o plata como para diferenciarse de los alpargatados que consumían el tan tentado chimó.
Las Mujeres son el chimó que necesito
El chimó alegra a los hombres, que montaña adentro hacen de la conversa un acto religioso y de compartir la vida, dice el poeta Pedro Ruiz.
En la soledad del campo el que enciende la chispa para que la imaginación esté presente en toda conversación campesina, acompaña los cuentos de Pedro Rímales, la Sayona o el diablo. Cuando el echador de cuentos ha conseguido contagiar a, los presentes con la emoción de sus relatos, el mejor brindis es una buena mascada de chimó.
Congresista come chimó
Expresa el poeta Pedro Ruiz, que el chimó se extendió tanto que entro al Congreso y viajo hasta París. Todos lo encargaban a los viajeros que iban hasta los Andes, especialmente a tierras trujillanas, por ser el de mayor calidad. Más de una comedora de chimó alargo su virginidad por no ceder a las exigencias del novio que le manifestaba que dejara <<de lamer su chimocito.
Se dice un famoso diputado andino, en uno de los congresos del General José Gregorio Monagas, mascaba chimó y escupía en el piso del recinto. Los empleados le colocaron una escupidera, que nunca usaba. Un día que el congresista llego a la cámara un poco bravo, ante la insistencia de los empleados, les dijo en voz alta: O me quitan ustedes esta taza o se la escupo.
Otro General andino fue protagonista de un gran escándalo en París por culpa del chimó. El General quien usaba cajetas de oro, le entraron unas ganas inmensas de comer el sabroso negrito en un lujoso hotel. Cuando escupió su saliba era negra, los encargados de la limpieza comenzaron a gritar: <<Vomito negro>>. La alarma corrió como pólvora, las autoridades sometieron al General trujillano a cuarentena, pensando que este era portador de una penosa enfermedad.
Alirio Díaz, recordando la época del Gobierno del General Juan Vicente Gomez, expresa: <<El Chimó, menos que cocuy y tras bebidas de la burguesía urbana, era el narcótico tradicional de los venezolanos más miserables, sobre todo de quienes habitaban en los campos. Mataban el hambre, adormecían los sentidos: recompensas de unos momentos para el olvido de las angustias. Y todo gracias al auxilio de ese popular vicio campesino. Sin duda que no se equivocaron los indígenas cuando descubrieron que el chimó les daba fuerza, alegrías pasajeras y, además, podían hablar con Dios>>.
Fuente: DiarioElTiempo/1995/AlfredoMatheus
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