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A la comarca valerana la acompañan “las mil anécdotas”, historias vivas de quienes han ido construyendo la ciudad. Antes del año 1878 el pueblo permanecía en la más completa oscurana, parecidas a los apagones que tenemos en la actualidad. En 1879 el Consejo Municipal de la época instala los primeros faroles para alumbrar las calles del centro de la comarca. La fiesta para celebrar tan trascendental acontecimiento duro varios días, la música de viento puso a bailar a los valeranos que festejaban a lo grande la llegada de los faroles como algo caído del cielo y lo más avanzado en cuanto a modernidad.
Las familias podían dormir tranquilas y no se aterrorizadas ante el ataque inclemente de los asaltantes que aprovechaban la oscuridad de la noche para robar a indefensos ciudadanos. Y se hizo la luz definitiva el 5 de diciembre de 1914, con la inauguración de la planta eléctrica que, comenzó a llevar luz por primera vez a los hogares de la urbe valerana.
Los cuentos que me contaron
El maestro de obra Rafael Méndez, tiene ricas vivencias de la Valera de antier. Este abnegado trabajador participo en la construcción del terminal de pasajero de la ciudad, casa sindical de Bella Vista, el parque ferial “Pedro Alzara Jugo”, entre muchas infraestructuras que hoy exhibe la comarca. De esa Valera de ayer, Rafael Méndez, dijo: En la población de El Molino, vía La Puerta, hubo un famoso personaje de nombre Domingo Briceño, iba a Valera a Barquisimeto caminando y regresaba igual, no aceptaba la “cola que los camioneros amigos gentilmente le ofrecían, de esta hazaña hace ya 50 años, convirtiéndose en el “hombre caminante” de mayor referencia por su aguante físico en aquella Venezuela donde mandaba con “mano de hierro” Rómulo Betancourt.
Maestros come-candela
De los maestros de la Valera que se fue, Rafael Méndez, dice: Cada educador daba clases con su inesperable “palmera”, muchacho que se portaban mal, le ponían dos arvejas en una de sus manos y ¡zúas! Le daban su buen palmetazo que no olvidaría por el resto de su vida. Había otros maestros que tenían un enorme sombrero con orejas de burro, el niño que se pasaba travesuras le ubicaban el sombrero en su cabeza, y en el lugar más visibles de la escuela lo colocaban para que lo viera “todo el mundo” y pasara la gran vergüenza con sus compañeros de estudios. Muchos jovenzuelos traumatizados por aquella experiencia no volvían a la escuela.
Hace 50 años, recuerda Rafael Méndez, el terminal de pasajero quedaba a media cuadra de la plaza Bolívar de Valera. Un pasaje hasta la ciudad de Caracas costaba 25 bolívares, mientras esperaban la llegada de los autobuses los pasajeros fumaban con nerviosismo los cigarrillos de la época: capitolio, negro primero, fortuna, Capri, Alas, Lido, Camel.
En la Av. 10 con calle 14 existía un negocio llamado “los viejitos”, eran tres hermanos, el más joven contaba con 80 añitos, preparaban un guarapo de panela que emborrachaba el más guapo. La parada de transporte Valera
-La Puerta quedaba a pocos metros de los “viejitos”, hasta allí llegaban los choferes de la línea y se metían su guarapo, luego, “volaban” en sus vehículos ante la protesta airada de los pasajeros que pensaban se iban a matar con alta velocidad que los embriagados trabajadores del volante le imprimían a sus carros de transporte público.
El barbero que “pelo a bolivar”
Destaca el maestro de obras, Rafael Méndez, que en aquella Valera bonita, hubo un conocido barbero que “pelo a Bolívar” (100 céntimos). Pedro Rodríguez, sentaba a los clientes encima de una tabla sostenía por un ring, que, a la vez era levantado por un enorme palo, iba “pelando” al cliente y dando vueltas al ring. En muchas comunidades no había llegado la luz eléctrica, la gente pobre para alumbrarse utilizaba el popular mechurrio, era un trapo introducido en botella que contenía Kerosene, lo dejaban prendido toda la noche, en la mañanita las personas amanecían con la cara negra de tanto hollín que salía de los mechurrios.
Fuente: DiarioElTiempo/2012/AlfredoMatheus
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