En aquella Valera de antier, cuando caía un palo de agua, todo era algarabía, la muchachas salían de sus casas a bañarse con la pertinaz lluvia que refrescaba a la comarca, el gozo era indescriptible, eso que llaman felicidad la disfrutamos con cada aguacero. Zambullirse en las frías aguas de la quebrada de Escuque y el río Motatán, cuando eran limpias y cristalinas, eran toda una delicia, eran las 6 de la tarde y todavía querían continuar nadando contra la corriente.
Los juegos tradicionales
Agosto era el mes de los juegos tradicionales, los cielos venezolanos se llenaban de papagayos, sobre salían los que elevaban adolescentes en la Calle 16, la Ciénega, Santa Eduviges, Las Mercedes y Caja de Agua.
Disfrutar esos gigantescos cometas elevándose por sobre los cerros valeranos era un verdadero placer. Los muchachos lloraban cuando otros jovenzuelos ubicaban hojillas en ela cola del papagayo y cortaban en forma magistral el hilo del cometa multicolor que terminaba aterrizando algo aporreado por los lados del cerro Caja de Agua.
Disfrutar esos gigantescos cometas elevándose por sobre los cerros valeranos era un verdadero placer. Los muchachos lloraban cuando otros jovenzuelos ubicaban hojillas en ela cola del papagayo y cortaban en forma magistral el hilo del cometa multicolor que terminaba aterrizando algo aporreado por los lados del cerro Caja de Agua.
Los carretes de hilo que usaban las costureras eran utilizados para fabricar carritos de madera. Los rines de bicicleta bajaban a millón por esas calles. Los carros de rolineras alegraban el alma de aquella juventud que se divertía con las cosas más sencillas, pero con mucha dignidad, porque todo lo elaboraban en casa.
Parranda hasta el amanecer
Los días decembrinos de ¡aquella Valera bonita! Eran de parranda hasta el amanecer, las fiestas en casas de familia sobresalían, había “comida para todo el mundo”, lo más reconfortante: nada de heridos, ni un apuñalado, menos un muerto.
La palabra inseguridad no se conocía. Las hallacas se intercambiaban entre los vecinos, mi mama Josefa enviaba hallacas para allá, y de allá le enviaban el doble, no con el ánimo de saber quién las había elaborado mejor, si no por algo más transcendental: compartir con los demás, solidaridad y cooperación.
La palabra inseguridad no se conocía. Las hallacas se intercambiaban entre los vecinos, mi mama Josefa enviaba hallacas para allá, y de allá le enviaban el doble, no con el ánimo de saber quién las había elaborado mejor, si no por algo más transcendental: compartir con los demás, solidaridad y cooperación.
Las patinadas en la plaza San Pedro, eran el reencuentro anual de la juventud de la Valera de ayer (década de los años 60 y 70). El patinador que hacia las más increíbles “piruetas” recibía el aplauso del soberano, la algarabía continuaba a las 4 de la madrugada con las misas de aguinaldos y los inolvidables “amaneceres” en el sector Las Acacias, donde se escuchaban las más sabrosas gaitas, se brindaba con miche sanjonero, todo terminaba con una suculenta forra de empanadas en el viejo mercado de la calle 12.
Fuente: DiarioElTiempo/2010/AlfredoMatheus
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