martes, 31 de julio de 2018

Conocí el Infierno más Bestial de la Carcel

Celda de la Carcel de Trujillo, Venezuela.
Gráfica de DiarioRepublica.com

     Alexis Vielma nació en un pequeño caserío en Cuicas, llamado Palmas Reales.  A los 13 años se inició en el mundo delictivo robando una que otra cosa que estaba por allí mal puesta, tenía 15 años de edad cuando abandonó su casa y se marchó en la búsqueda de mejorar las condiciones en que sobrevivía. Su testimonio de vida es más que impactante, pocos han salido vivos de eso que llaman “infierno carcelario”. Presentamos su valiente relato que puede servir de ejemplo a centenares de personas que han perdido toda la esperanza en un mejor vivir. 

La universidad del delito 
Yo quería ser el líder en el mundo de la delincuencia. Alfo internamente me llamaba a involucrarme en todo aquello que se relacionara al más grande peligro. A los 18 años, en la Gran Parada Andina, un famoso ladrón, me dijo que yo era bueno para la acción delictiva porque no tenía miedo. A los pocos días le robamos el vehículo a un taxista y nos dedicamos a asaltar fuentes de soda desde Trujillo hasta Barquisimeto. Aquella aventura no duró mucho tiempo, una comisión de la antigua PTJ del estado Lara nos detuvo, nos enviaron a Trujillo, nos acusaron de piratas de carretera, nos culparon de todos los asaltos que otras bandas  delictivas habían realizado. En 1984 pisé por primera vez el Internado Judicial de Trujillo, allí me convencí de lo que se decía en la calle: la mejor universidad del delito es la misma cárcel. Me hice “panita” de Jesús Chirinos, me enseñó cómo se sobrevivía en un recinto penal. Dentro de la cárcel organicé una poderosa banda con el “capitán peligro”, “el peluca”, “el guajiro”, nos preparamos para delinquir con mayor especialidad cuando tuviéramos de nuevo libertad. 

Infierno carcelario 
En el internado de Trujillo participé en varios hechos sangrientos, fui trasladado a la terrible cárcel de Tocuyito. Conocí el famoso “monstro” (máxima nacional de Carabobo) donde muchos no salen vivos para echar el cuento.  Por mi conducta irregular fui trasladado a las Colonias móviles de El Dorado, donde estaba concentrada la violencia venezolana más violenta de aquellos tiempos. Allí se peleaba a cuchillo, a palo o a chuzazos, los tiempos cambian; hoy se usan granadas, pistolas y fusiles.

En 1992 salí en libertad luego de pagar 8 años de condena en distintos recintos carcelarios del país. Hice mil promesas a mis padres de no volver a delinquir, meses después me encuentro con un ex presidiario amigo, nos reunimos y comenzamos de nuevo la faena  delictiva. En la Gran Parada Andina nos robamos un carro y nos vamos a Barquisimeto, era tan poderosa la droga en nuestros cerebros  que mi compañero arranco solo el vehículo y me dejó. Horas después se estrelló con un camión, de nuevo me detienen, los policías me dijeron: a tu amigo lo dejamos morir en el accidente a las “ratas” hay que exterminarlas. 

Mis inicios en el sicariato 
Llego de nuevo a la cárcel de Trujillo por hurto de vehículos. Algunos reclusos pedían mi cabeza. Siempre salía airoso en cada emboscada. En la cárcel practiqué el sicariato en varias oportunidades, me pagaban para “mandar al otro mundo” al preso más guerrero. En el internado los lideres negativos eran los “caraqueños” una banda demasiado violenta, un domingo acabamos con su líder apodado “el conejo”. Luego de este suceso las autoridades me llevan para la máxima (pequeño calabozo donde no entra el sol) allí duré una larga temporada. Al pasar varios meses salí en libertad.

Me entrego a las drogas en las calles de Valera, dormí en los mejores hoteles (en el Camino Real y el Albergue Turístico) claro, dormía donde ponían los pipotes de la basura. Quienes me conocieron hacían comentarios: hasta donde llegó Alexis, es un buen asesino, un buen sicario, y mira como lo dejó la droga, la propia piltrafa humana. 

Jesucristo salvó mi vida 
En momentos de soledad; yo decía que algún día iba a salir de tanto tormento, que iba a cambiar, deseaba alma adentro transformar aquel bestial sufrimiento. Un día encontré un pastor de nombre Gerardo González, me habló del Centro de Restauración de Dios en la población de la Mata. Allí llegué una noche, mi transformación fue asombrosa. Luego conocí a la que hoy es mi esposa; Feliciana Suarez, llevamos 7 años de casados, trabajamos juntos ayudando a quienes hoy viven el infierno que me tocó llevar sobre mi espalda.

Actualmente dirijo este centro, por allí han pasado más de mil personas de toda Venezuela, la mayoría llegaron con graves problemas de alcoholismo, drogadicción e indigencia, hoy se han incorporado a la sociedad, muchos recuperaron a sus familias. La cárcel no cambia a nadie, el único que transforma un ser desdichado es Jesucristo. Tenemos en caso de “Tito”, conocido por toda alera como “desechable” y huele-pega a los largo de 25 años, es un verdadero milagro, allí está frente a la plaza Bolívar como todo un varón.

De indigente a pastor
Hay quienes se creen “grandes sabios”, en conocimientos, son los que decían: “ese no tiene cura, ese es un desechable” y por la gracia de Dios se hizo el milagro, nos recogió del basurero para hacernos perlas, nos sacó de las tinieblas más terribles. Hoy me siento el hombre más feliz del mundo sirviendo a mis muchachos con problemas de drogadicción y alcoholismo. Ayer era despreciado por mi familia, deseaban mi muerte para que no los hiciera sufrir más, ahora, soy el consejero espiritual en mi seno familiar. Lo que la droga destruye Jesucristo lo reconstruye. 

Fuente: DiarioElTiempo/2012/AlfredoMatheus

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