jueves, 31 de mayo de 2018

La Valera de mis recuerdos: segunda parte

Gráfica de It.wikipedia.org

       Recientemente se realizó  El Primer Simposio  de historia valerana, organizado por la Escuela de Liderazgo y Valores, salón de la trujillanidad de la Universidad Valle del Momboy y “Voces de la ciudad”. Evento que resultó un éxito por la calidad de las ponencias presentadas. En este espacio ¡Domingo con lo nuestro! compartimos con los lectores,  la intervención del profesor Jesús Simancas: “La Valera de mis recuerdos”.

       Los grandes paseos se hacían por la Av. 10 y era obligatorio desviarse un poquito, media cuadra  en la calle 9 para acercarse a la Morocota, especie de lonchería en cuyas puertas se agolpaban los pavos de moda para esperar a las jóvenes estudiantes de los diferentes liceos. Pasaban todas, no importaba el liceo donde estudiaban. Los jóvenes ya estaban preparados para crear sus  piropos. Allí se conocían y conversaban los minutos permitidos. Todos a esa edad, teníamos hora de salida y hora de llegada a la casa. Claro, los varones gozábamos de mayor holgura en el tiempo.

        Si éramos cercanos a la edad de 18 años teníamos más libertad. Si las pavas se acercaban  a este momento, tenían menos libertad. Todos conocemos los porqués. También estaba en plena Av. 10 en el lugar más céntrico, en el mero corazón: una fuente de soda pequeña que se llamó la Cimballi, con un prestigio terrible. Allí se reunían los jóvenes que no prometían. La gente que, quizás, vivían estadios de rebeldía, efervescencia, conocimiento incipiente de la adultez. Aquellos que vislumbraban la vida de manera más moderna. Las chicas de flagrante irreverencia. Los de ideas revolucionarias. Los seguidores del movimiento “hippy”.

       Era fatal para las madres saber que su pequeña gustaba ir allí. Los padres se preocupaban  si sus hijos frecuentaban este sitio. Sin embargo, el lugar se hacía cada vez más popular y más visitado. A más de uno de los allí sentados les toco vivir la indignación de la revisión policial porque la fama del sitio lo requería. Las familias advertían a sus hijos sobre lo peligroso y desprestigiado del lugar. Los jóvenes en su rebeldía innata, querían conocer las verdades del testimonio. La Morocota iba por el mismo camino, pero menos fuerte. Muchos de los frecuentadores de esos sitios pudieran encontrarse hoy dirigiendo política, educación o economía en cualquier parte del país y te reconocerán las mágicas verdades y los mitos de la Cimballi.

La vida de la ciudad
       Estos paseos no eran solo el paseo y culminaban en los helados “Roma”, “En el ya me piropearon y vámonos”. El paseo tenía sus matices: allí estaba la vida de la ciudad. Cada vez que salíamos  a la Av. 10 ocurrían cosas que contar, gente a quien saludar y personajes para recordar. De estos personajes hay muchos. Cada quien recordará el suyo, también, por lógica, se convierten en marcadores de época. Entre ellos se recuerda mucho a Ramona, la que asusta. Una dama de muy baja estatura, corto cabello y expresión de picardía constante que asustaba a las personas intentando meter  sus manos en las partes intimas del prójimo. No todos sabían  que sus intenciones eran sólo eso, un intento, un acercamiento amenazante que causara una reacción inesperada del caminante y que, como toda isotopía rota, produjera risas o miedos. Continuará...

Fuente: DiarioElTiempo/2016/AlfredoMatheus

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